División territorial del mundo en la novela.
Éso es precisamente lo que más angustia provoca de 1984: ha trascendido el ámbito puramente literario y podemos encontrar ecos de la novela en nuestra vida diaria.
Obviamente Orwell no era un profeta, no intentaba adivinar el porvenir, sino evitar un futuro posible mediante un relato que sacudiese/despertarse conciencias e indujese a la reflexión. El mañana previsto en 1984 resultaba terrible, no por el hecho de que su autor creyese que iba a tener lugar, sino porque intuía que, si las cosas seguían así, podría llegar a suceder. No hace falta echar la vista muy atrás para percatarse de ello. Valga como muestra la neolengua, el lenguaje que utilizan los personajes del libro, junto a la viejalengua (inglés), y que abogaba por la idea de un idioma de contrucción muy simple y con pocas palabras. Tomaré como ejemplo una frase de la propia novela: "¿Para que vas a decir que algo es malo? Sencillamente dices que es nobueno y nada más". La idea que el autor trata de transmitirnos es cristalina: si no existe la palabra no se puede pensar (sigamos pues pegándole patadas al diccionario al estilo Chuck Norris).
Él nunca lo haría... usar el diccionario, claro.
Pero lo que ha hecho de 1984 una obra indispensable de la literatura es su posible uso como "bola de cristal" con la que poder ver nuestro futuro (¿o debería decir presente?). La advertencia de Orwell parece haberse hecho realidad, aunque de una forma sutil y menos dañina para la sensación de libre albedrío. El futuro opresivo se ha convertido en un ahora en el que impera la sensación generalizada de libertad y comodidad, de utopía realizada, pero en verdad los mecanismos de control son los mismos.
La parte positiva de todo esto es que es una realidad (¿o era futuro?) más cercana a la pastilla azul de The Matrix que al mundo feliz de Aldous Huxley. Nos vemos en la habitación 101, mis querid@s sith.
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